Confieso el vértigo de leerte y sentir que tus palabras, hondas, profundas, penetran en mí como las olas bañan mi cuerpo.
Confieso, desde mi habitada soledad que no se me dan bien los acertijos y, quizás por eso, no tengo a nadie que regrese.
Confieso, desde el silencio que sólo apaga la música y el sol, que no tengo a nadie que me piense, hombre, al fin, que siembre semillas en mis labios.
Confieso no tener huellas que sigan mis pasos ni otras que perseguir.
Sin embargo confieso que pienso, que existo, aunque no me piensen.
© Ana I. Hernández Guimerá
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