martes, 6 de julio de 2010


ADÁN Y EVA I
-Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos
conocíamos. Eva, levántate.
-Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
-Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y
empiezan a galopar los árboles. Escucha.
-Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un
río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras
pequeños peces equivocados les mordían las piernas.

ADÁN Y EVA II

-¿Has visto cómo crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla acude el
agua: es el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por las ramas,
el agua asciende al aire, como cuando te quedas viendo el cielo del medio-
día y tus ojos empiezan a evaporarse. Las plantas crecen de un día a otro.
Es la tierra la que crece; se hace blanda, verde, flexible. El terrón
enmohecido, la costra de los vicios árboles, se desprende, regresa. ¿Lo has
visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro: de una hora
a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca
arriba, y tu pelo penetra como un manojo de raíces, y toda tú eres un tronco
caído. -Yo quiero sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol
flotante para treparme a jugar. En su follaje se enredarían los peces, y
sería un árbol de agua que iría a todas partes sin caerse nunca.

ADÁN Y EVA III

La noche que fue ayer fue de la magia. En la noche hay tambores, y los
animales duermen con el olfato abierto como un ojo. No hay nadie en el,
aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el suelo, y alguien
las mueve a veces, y callan. Trapos negros, voces negras, espesos y negros
silencios, flotan, se arrastran, y la tierra se pone su rostro negro y hace
gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a ellos, los corazones
golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueven
eternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un paso en la noche. El que
entra con los ojos abiertos en la espesura de la noche, se pierde, es
asaltado por la sombra, y nunca se sabrá nada de él, como de aquellos que el
mar ha recogido. -Eva, le dijo Adán, despacio, no nos separemos.

ADÁN Y EVA IV
-Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras
son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al
macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las
palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la
mía se encienden a diferentes horas?

Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y
tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin
aflicción, sin risas.

¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles?

Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es
siempre más grande, de algún modo.

Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos.
Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día.

Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme
nunca.

¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer
ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.

ADÁN Y EVA XV
Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre manso, suave,
infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo; bajo mis
ojos que lo quedan viendo toda la noche.

Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y
cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos.

Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil. Suenas como la pata de
la paloma al quebrarse.

Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas; te abrazo para que madures en paz.

© JAIME SABINES






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