domingo, 27 de noviembre de 2011

¿PERDER? ¡NUNCA!


   A los políticos


        El tostón, o la lata, o el coñazo - cualquiera de estos términos cabe e incluso otros más peyorativos – al referirnos a las elecciones. Menuda paliza la que hemos tenido que soportar los sufridos telespectadores o radioyentes. Parecía que no se iba a acabar nunca. Primero la precampaña, luego la campaña propiamente dicha, con sus discursos  y regalitos a base de gorras, camisetas, bolígrafos, mecheros y otras chucherías, todo ello por generosidad de los diferentes partidos, no nos engañemos, todo ello sin ánimo de llevar el agua a su molino o de arrimar el ascua a su sardina.

 Y  finalmente las votaciones, lo que en lenguaje taurino se podría considerar como "la hora de la verdad". Y más tarde, como colofón, la noche electoral, con sus risas y lágrimas, sus abrazos y felicitaciones, sus “hemos ganado, somos los mejores”, etc. etcétera. Entonces es cuando nos dan una auténtica lección de matemáticas surrealistas. Vamos, que el álgebra, e incluso la trigonometría, son pan comido al lado de las combinaciones resultantes. Todos han ganado. Hay partidos que pierden concejales, miles e incluso millones de votos, que casi desaparecen del espectro político del municipio o ciudad o país, que si sus candidatos  tuvieran vergüenza - quizá sea demasiado pedir - se echarían a llorar, y sin embargo, por no sé qué clase de elucubraciones, resulta que las elecciones les han sido favorables.

        Luego, cuando las cosas se han puesto en su sitio y las situaciones han quedado perfectamente definidas, está la resaca, el no saber qué hacer de los que ganan y la mal disimulada resignación de los que pierden. Y lo peor de todo, lo que realmente no tiene la menor justificación, es el resabio, la diversidad de opiniones, la antipatía de unos electores hacia otros, generalmente de los que han perdido hacia los que han ganado… Esto, naturalmente, apenas tiene incidencia en las grandes ciudades, porque el voto está muy arropado por el anonimato,  pero en los pueblos, donde todo el mundo sabe de qué pie cojea el vecino, donde los candidatos van solicitando el voto puerta a puerta en una especie de indigna e innecesaria mendicidad, o los ganan en los mostradores de los bares a base de invitaciones y generalmente de falsas promesas, se producen divisiones incluso en el seno de las familias, divisiones que algunas veces acaban a tortazo limpio o, en el mejor de los casos,  con retirarse la palabra . Y es que, por mucho que se diga, la llamada “España profunda”, dista mucho aún de aflorar a la superficie.

        Increíble. ¿Y todo para qué? Si, como se supone, la política es el arte de gobernar, de hacer el bien por el pueblo,  de volcarse en los demás sin la menor sombra de interés, ¿qué más da que gobierne uno u otro? Por eso, el ciudadano normal y corriente, que paga sus impuestos, que se bebe su vasito de vino de vez en cuando y se echa una partidita de dominó con los amigos, no   puede por menos que hacerse cruces  cuando ve cómo los que ganan  se aferran al sillón de mando hasta el extremo de pegárseles las culeras de los pantalones en el asiento, como si las untasen con "superglue".Y antes  de levantarse prefieren dejarse pegada, no la tela de las culeras, sino la propia piel del culo.

        Menos mal que no les guía el interés...

                       © ÁNGEL CAZORLA OLMO

 
    

2 comentarios:

  1. Menos mal mi amigo, menos mal, que no les guía el interés, jajajaaaa, porque sinooooooo
    Muy buen post, gracias.
    Saludos afectuosos.
    Leonor

    ResponderEliminar
  2. Siempre tan atenta y cariñosa.
    Menos mal, sí que si no... Ay mi madre...
    Besos y sonrisas

    ResponderEliminar