sábado, 28 de mayo de 2011

EL GOFIO





Un grupo de chiquillos contentos, en fila india por la ajustada vereda y bajo la tupida fronda de los aguacateros, iban hacia el empedrado de la redonda y bien soleada era.
Allí estaban los medianeros aventando el trigo, la cebada, el centeno, el millo…
Los niños, con cara de asombro, los veían con los enormes, a sus ojos infantiles, cernidores, separando el grano de la paja.
Previamente habían puesto un palo con un trapo blanco atado, para saber hacia dónde iba el viento.
Con rastrillo se iba acumulando, pegada a los muros, toda la paja, que una vez trillada por una yunta de bueyes, serviría luego para poner bajo las patas de las vacas y las cabras, a modo de cama.
Los diferentes granos eran depositados en pequeñas sacas para ser repartido a los propietarios de la finca, llevándose ellos su mitad.
Terminada la labor, los medianeros se retiraban.

¡Ahí empezaba la fiesta!
Desde los estrechos muros de la era, se lanzaban a la paja, riendo nerviosos porque les picaba, revolviéndose, gozosos en ella.
Podían pasar ratos y ratos, mientras escuchaban, sin querer oír, a su tía llamándolos.
Seguían en sus juegos, se empujaban, caían, se levantaban y vuelta a empezar. Sus carcajadas llenaban todos los rincones, a pesar de saber la reprimenda que les esperaba luego.
De la infancia siempre hay recuerdos, aromas, texturas que no se olvidan por más que pase el tiempo.
Recién bañada y con colonia, mis trencitas y zapatos abrochados en un lateral con los calcetines de rigor, iba al jardín de mi casa.
Mientras descendía por las escaleras, me llegaba el ansiado el olor y apresuraba el paso.
Sabía que allí estaba Elena, con su trapo amarrado en la cabeza, tostando el millo, la cebada, el trigo y todos los granos del gofio.
Agrupaba unas grandes piedras volcánicas que siempre se guardaban para esta ocasión, con carbón encendido en el centro. Encima se ponía el cacharro plano, redondo y con asas. Los diferentes cereales se colocaban dentro y con una muñequera se les iba dando vueltas hasta que se doraban.
Me ponía de cuclillas al ladito de Elena y ella, siempre sonriente, me dejaba que también colaborara.
Me sentía importante por poder participar en la elaboración de ese alimento que tanto me gustaba comer con los potajes, la leche, con plátanos escachados y azúcar…

El jardín era un lugar mágico para mí, repleto de los aromas más variados e intensos, el aromático Ilán-Ilán, su enredadedera Glicinia con sus flores en racimo de color malva, Rosas, Margaritas, Gerberas, Hortensias, Copo de nieve, jardín casi huerta porque también había un Naranjero cuyo fruto era muy sabroso, un Nisperero, de nísperos muy dulcitos y al que me trepaba, sin miedo, a por ellos, hortelana, perejil, caña limón, hierba luisa, manzanilla, tila, éstas últimas nos las daban en infusión cuando nos dolía la barriga, teníamos gripe, vómitos, intranquilidad... Una jaula llena de periquitos, un gallinero: ya sabía distinguir el cloquido de ellas al poner los huevos y, corriendo, iba a recogerlos calentitos para el almuerzo, un palomar, el estanque con su sombra de Buganvilla ¡tantas cosas en mi memoria! Todo esto contribuía aún más al deleite de su disfrute.

Continuando con el tueste del gofio, cuando ya estaban los diferentes granos en su punto, se le añadía un fisco de sal, y se depositaba en una saquita.

Así, luego la acompañaba a la molina para dejarlo a que lo trituraran.
Al día siguiente marchábamos a buscarlo. Pegaba mi nariz a su perfume, sí perfume, tan especial, brillo de ojos, pasos lentos para no llegar pronto y gozarlo más.

Cuántas veces bajábamos mis hermanos y yo, a ese jardín, con una escudilla entre las manos que contenía gofio y azúcar en el fondo, y en la que Petra iba ordeñando a la cabra Rubia. Esperábamos sentados en el bordillo de los parterres, cucharilla en mano, deseando bebérnosla. Salía calentita y llena de espuma. Nos sabía a gloria y al ir al colegio habíamos hecho un buen desayuno ¡es un alimento tan completo!

Infancia, recuerdos, aromas, texturas que perdurán mientras viva.

© Ana I. Hernández Guimerá
Mayo 2011

Gracias a Mª Victoria Hernández, amiga y compañera, por la mucha información tan valiosa que me ha dado y las fotos tan acertadas. Todo ello ha contribuido a reavivar estas remebranzas.


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