miércoles, 1 de septiembre de 2010

NO ME LLORES, LALI PI




La chica perfecta caminaba en la tarde con sus piernas muy largas y su pelo muy corto. Minifalda blanca de una cuarta. Dos o tres escaparates intentaron inútilmente frenarla con osadas ofertas de entretiempo. Ella, acaso más segura que antes, aceleró su paso y frente al número catorce de la calle del Reposo provocó mientras pasaba un ataque de envidia rabiosa en el karma de la bella Lali Pi (reciente autonombre de la más conocida como Pilila por sus
íntimos, y que fuera simplemente "la Pili" para familia y coetáneos la mayor parte de su vida).
Desdibujábanse ya los últimos contornos del crepúsculo cuando ella se detuvo un instante frente al espejo estacionado de un bmw grisplata. Sacó de su bolsito un lápiz de brillo y se lo pasó por los labios. Al momento aparecieron aún más frescos y carnosos. (Uf!). Una pareja pasaba en ese instante por su lado. El hombre se quedó mirando al bombón, primero por delante y luego siguió observándolo en su contoneo posterior mientras se alejaba. La acompañante del hombre le preguntó "qué andas mirando" "el movimiento" respondió él "mírame a mí" insistió ella. "¿a ti? Pero si tú te mueves menos que el sueldo base" remató él. Y allá se fueron ambos discutiendo cada vez con más vehemencia.
Como cada tarde, yo aguardaba impaciente la llegada de la chica asomado al balcón. La vi aparecer por la esquina de mi izquierda. Sobrevínome según era costumbre la taquicardia incontrolable . El estanquero asomó su cabeza como venía haciendo a diario desde que ella pasaba. "¡Guapa!"se oyó desde el establecimiento, seguido de "¡plaf! (la mujer del estanquero no admitía democracia en temas de estética). Vi a la chica meterse en el portal y supuse su caminar hasta el ascensor, su entrar en él y su apretar el botón del
tercer piso. Imaginé luego cómo delicadamente se bajaba las braguitas blancas y dejaba libre su sexo mientras el ascensor la subía a mí. Por la mirilla de mi puerta observé cómo el ascensor se detenía, cómo ella salía y cómo ponía las braguitas dentro del bolso, sus pasos hasta la puerta, el ¡ding, dong!

Ella volvió a llamar otras tres veces, quizás cuatro. Finalmente el imbécil de mi vecino abrió la puerta y saludó a su novia, como venía haciendo todas las tardes en los últimos tiempos. Y yo me quedé una vez más con la imagen de la chica saliendo del ascensor y mi cara de gilipollas en el espejo del recibidor de regreso al salón.
No llores, Lali Pi. Lo mío es mucho peor.


Pul
Octubre 2003


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