Siempre a la misma hora se la veía deambular por las
calles más solitarias. El vecindario atisbaba por las rendijas percibiendo ese
olor a maresía que era su huella.
Aroma de algas, salitre, arena, mar, espuma…
Sus pasos sosegados, seguros, no predecían la lucha
interior que mantenía. En su lento monólogo las sílabas se derretían en su
mirada, sus ojos oscurecían la noche y acallaban el grito de su garganta.
-
Marina, Marina ¿dónde vas?
La voz de su madre retumbaba en los adoquines de la calle.
-
Deja la mar, vuelve…
Marina seguía adelante sin querer oír.
Marina seguía adelante sin querer oír.
Un día, el vecindario que atisbaba por las rendijas, puntual, a su hora, no
la vio; aunque quedó en el aire su fragancia…
Algas, salitre, arena, mar, espuma…
Maresía.
© Ana I. Hernández Guimerá
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNadie como tú para darle vida al mar y hacer de la mar vida.
ResponderEliminarBellísimo.
Besos
Y nadie como tú para empujar a escribir sin parar.
ResponderEliminarMe encantan tus palabras y tu ánimo.
Lindos besos
Tremendo relato!..la atracción y la fuerza del mar...
ResponderEliminarPues ahora que conozco este blog también, te lo enlazo.
Un beso grande, Ana! :)