¡Maldito folio en blanco!... ¡Maldito! Níveo bufón inseparable de mis silenciosas e interminables tardes. El artesano de las palabras me pregunta por qué escribo cuando aún no sabría ni siquiera contestar qué hago en su taller. Esta cuestión me suena a chino. ¿Quizás si la leo al revés?
¿Escribes?
Pues claro que escribo. Escribo cuando me afeito ante el espejo y contemplo lo fácil que es rejuvenecer, cuando por puro azar enciendo la radio y siempre acierta con recuerdos inconfesables, cuando me encuentro al primer vecino e intercambiamos la primera noticia de la mañana. Entonces salgo a mi portal y digo: “Primer capítulo”.
¿Qué escribes?
Escribo poesía para mi mujer, amiga y amante, ¡vaya un beso por delante! Escribo cuentos para mi jefe, mi médico, el policía e interrogantes. Novela histórica para adictos de la anécdota e histérica para los del llanto. La declaración de la renta, el pliego de descargos, mil correos vespertinos y a veces un relato. Pero escribir, lo que se dice escribir, escribo todos los días en la batalla de la vida. Una lucha de puño… y letra. Donde quisiera asesinar a dos o a tres, donde me enamoraría de ella otra vez, donde la aventura empieza a la vuelta de la esquina… y huir. Huir de la tragedia del parte diario, de la comedia de la política, de la falacia de la publicidad. Como si nada, llevo escritas más de cien palabras.
¿Por qué escribes?
¿Y tú me lo preguntas? Escribo porque quiero rimar como Messi, driblar como Sabina y carcajear como Edith Piaff. Escribo porque ya es hora de evacuar tanto sentimiento contenido. Que reír en silencio no tiene sentido y mucho menos provecho. Escribo porque lo que quiero mejorar más tarde, ya será tarde para contarlo. Que vivo luego escribo… y viceversa. Mi objetivo es nutrirme leyendo, realizar transfusiones de palabras enriquecidas y culturizar este “multipersonaje” en cuerpos y almas en vida. Y seguir escribiendo, escribiendo, escribiendo...
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